sábado, 1 de noviembre de 2008

SORPRESAS


Cuando el otoño se asoma por las ventanas y se puede oler el olor de leña en algunas casas que conservan una chimenea, nos equipamos para ir al campo y visitamos la Fira de la Castanya en Viladrau. Allí nos dejamos embelesar por muchas cosas: los colores del Montseny en otoño, las casas de piedra de Viladrau, el aroma de castañas asadas en la hoguera... Ha llegado el otoño y debemos seguir el ritual de la infancia: hay que sorprenderse. Muchas veces olvidamos nuestra capacidad de sorpresa en el mundo adulto, quizás para que no nos pillen fuera de juego o para creernos más listos que el vecino. Los adultos ya no nos sorprendemos porque tenemos la obligación de saberlo todo. Y si no lo sabemos corremos a Internet para que Santa Wikipedia nos ilumine con una suerte de datos que nos hagan salir de la oscuridad de la ignorancia.
En otoño volvemos a sorprendernos, en Viladrau y en Casa Mariano. Entrar en su tienda es viajar en el tiempo y lo digo totalmente en serio. En la tienda de Mariano no hay caja registradora, ni ordenadores ni escáneres para consultar precios. No hay prisa, y esa es la primera sorpresa. Si eres un urbanita con el petardo en el culo, mejor no vayas, esa no es tu tienda.
En Casa Mariano nos sorprenden los carteles hechos a mano, mensajes que desde el cariño del propietario por su negocio y sus clientes, nos inducen a comprar huevos "de gallinas felices" o patatas "que para freír son las mejores", o dulces manzanas "del manzano a la mesa". Ríete tu de las estudiadas campañas de márketing de las grandes empresas, los mensajes de Mariano te embriagan y te transportan a una época perdida.
Sorprende de Mariano la pulcritud y el orden de su tienda. Cajas de galletas ordenadas en una estantería. Botellas de agua de Viladrau que proclaman las virtudes del agua con sabor a agua. Un surtido de alubias, cebollas, miel y patatas que no llevan a engaño porque ves lo que estás comprando...
Mariano te sorprende con sus movientos pausados y sin nervio. Quiere atenderte de la mejor manera que sabe, dedicándote su tiempo de manera exquisita para que tu compra sea una gran experiencia.
Pero Mariano esconde un secreto.
La joya de su tienda no son las cebollas dulces, ni los rovellones en conserva. Son las sorpresas que vende a 15 céntimos o a 50 céntimos, si son los padres los que las compran a sus hijos. Las sorpresas duermen en un tarro redondo de cristal, y cuando Mariano las escoge y te las entrega, vuelven a la vida en un halo de misterio, de nerviosismo y de hitchcockiana intriga. Envueltos en un papel de periódico atrasado se encuentran jirones de magia infantil que ningún ordenador moderno ni ningún videojuego de última generación puede reproducir.
Desenvuelves el papel de periódico para encontrar un regalo de mucho valor, no económico sino emocional. A veces te sale un premio directo. A veces un mensaje caligrafiado de Mariano que te obliga a regresar a la tienda a por tu regalo... un mensaje que te obliga a volver a un lugar sorprendente a recoger tu premio.
No te voy a decir lo que esconden las sorpresas. Ve y descúbrelo tú. Las sorpresas te regalan magia de la que ya no existe. Bueno, sí que existe en la tienda de Mariano.
Déjate guiar por los colores del otoño. Piérdete por carreteras de montaña y vuelve a un lugar de tu infancia.
Descubre de nuevo el placer de sorprenderte y no olvides nunca qué es lo que nos mantiene vivos.

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